Cuando todo nos abruma, ¿cómo lo superamos?

Lori Jane

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Sep 18, 2020
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Central Florida USA
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Yo les he dicho estas cosas para que en mí hallen paz. En este mundo afrontarán aflicciones, pero ¡anímense! Yo he vencido al mundo. Juan 16:33 (NVI)
«¡Oye, ahí es donde viven el bisabuelo y la abuela!» Mis hijos señalan con entusiasmo la comunidad de viviendas para ancianos mientras conducimos, y en lugar de corregirlos, asiento con la cabeza y contengo las lágrimas. El abuelo de mi esposo falleció hace un par de meses, pero todavía se siente como si estuviera en la puerta, deseoso de recibirnos si estuviéramos de visita.

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La muerte es algo tan extraño. Es definitiva y sin embargo…no lo es. Y el dolor después de la muerte no tiene fin.

Me sorprende mi tristeza, y me regaño por no haberla superado aún. Después de todo, ¿tengo derecho a estar tan triste cuando sólo lo conocí los últimos 10 años de sus 90 años de vida? ¿Debería seguir llorando cuando sólo era su nieta política? Lucho con estas preguntas, pero en un momento de gracia hacia mí misma, rechazo la voz crítica en mi cabeza y dejo que las lágrimas corran por mis mejillas.

En estos días, la pérdida se ve agravada por más pérdida. Asisto a un funeral y veo a una madre llorar mientras entierra a su hija. Noto el cansancio en los ojos de la gente — en mis propios ojos — mientras intentamos descubrir cómo resistir un día más. Escucho el temor y la ansiedad que la incertidumbre provoca. Me lamento con rabia por las madres, padres y niños de color que no están seguros durmiendo en sus camas, saliendo a correr, cometiendo errores y siendo humanos.

Cada muerte, cada acto de violencia, cada oprimido silenciado y cada pérdida se siente como olas estrellándose sobre mí, y estoy abrumada. No sé si pueda nadar hasta la superficie para recuperar el aliento o encontrar un camino hacia la orilla. Anhelo tierra firme, para quedarme quieta y descansar, y clamo a Dios — ¿Cuánto tiempo más, Señor?

Mi fuerza se debilita por el constante bombardeo de lo que este año sigue arrojándonos, y en mi impotencia, recuerdo las palabras de Jesús a sus discípulos en Juan 16:33: Yo les he dicho estas cosas para que en mí hallen paz. En este mundo afrontarán aflicciones, pero ¡anímense! Yo he vencido al mundo.

Repito el versículo una y otra vez, y en Sus palabras, escucho verdad y esperanza. La verdad es que tendremos aflicciones en este mundo. Enfrentaremos el abandono, la soledad, el odio y la muerte. Por amor y bondad, Jesús quiere que estemos conscientes en vez de sorprendidas cuando suceden estas cosas; son de esperarse.

Entonces, Él da esta doble promesa de esperanza: Primero, cuando todo es un caos, podemos tener paz en Él. Segundo, podemos estar animadas porque Cristo ya ha vencido al mundo.

Podemos superar las cosas difíciles porque seguimos a un Dios que ha pasado por todas las cosas difíciles y ha salido victorioso de ellas. Cuando estamos cansadas y sentimos que no podemos soportar otro golpe, podemos animarnos. Podemos vencer. Cristo ha ido delante de nosotras, y en Él, nuestras debilidades son las plataformas desde donde brilla Su poder.

¡Anímate, amiga! Tenemos un Dios que entiende, que ha resistido y que nos ayuda a hacer lo mismo.

Dios, gracias por la esperanza que podemos tener cuando todo parece demasiado. Tus promesas son más que luces de esperanza, son anclas de seguridad. Gracias por estar con nosotras, entrando en nuestro dolor y dándonos poder para perseverar. En el Nombre de Jesús, Amén. [Mas...]